CONRADO MARRERO
Cuando en 2003 arribo a los 91 anos de edad lo hizo rodeado de seres queridos y de amigos del barrio capitalino donde reside. En medio del convite, mientras fumaba un tabaco, su mente lucida rememoraba una tras otras anécdotas del ayer cercano o lejano.
Nació el 25 de abril de 1912 en una finca denominada Laberinto, en Sagua la Grande, en la región central del país. De ahí le viene el apodo que le ha acompañado buena parte de su existencia: Guajiro de Laberinto.
Esta leyenda viva del béisbol cubano se encuentra entre quienes abogan por realizar campeonatos largos, incluso dice que a los jugadores le conviene intervenir, como mínimo, en 150 partidos al ano.
Durante su época de niño tuvo que trabajar en diversas tareas de la agricultura. No eran tiempos para pensar en el béisbol, aunque siempre le apasiono. Poseía una baja estatura y con anatomía más bien fornida, es decir, no reunía atributo alguno desde el punto de vista físico para triunfar en el béisbol.
Con 37 anos de edad irrumpió en la pelota amateur con el club Cienfuegos, conjunto donde gano 127 y perdió 40 desde 1939 hasta 1945, lapso donde intervino en cinco campeonatos mundiales, en uno de ellos elegido como el más valioso.
Como pitcher profesional en Cuba tuvo saldo de 68-46, siempre con el Almendares. En la Florida, con los Habana Cubans archivo 70-25.
Así llego, con 39 anos de edad, a las Grandes Ligas con los Senadores del Washington, donde logro 39 sonrisas y 40 tristezas, no obstante ser su equipo uno de los más débiles de la Liga Americana.
No obstante el balance negativo en cuanto a victorias y derrotas en el big show, el Guajiro de Laberinto recibió mas de un elogio de ese grande nombrado Ted Williams, un hombre que jamás se caracterizó por ponderar virtudes propias ni ajenas.
Este serpentinero derecho siempre fue dueño de un envidiable control. Durante su vida lanzo cuatro juegos sin permitir hits ni carreras y, entre sus recuerdos más gratos guarda el de haber sido el primer pitcher que le gano a Estados Unidos en un Campeonato Mundial (1939).
Con un biotipo nada envidiable, Marrero destacó por su inteligencia y control, sobre todo en la curva, su mejor arma. No por casualidad resultó tan admirado por ese fenómeno de bateador que fue Ted Williams, quien no era precisamente un hombre dado a los elogios.
Al festejar Marrero su 88 cumpleaños, le pregunté cuándo se iba a jubilar. La respuesta no se hizo esperar: "Nunca. Cuando la muerte llegue, que me busque en un terreno de pelota...".
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